Cuando hace unos días escribí unas palabras sobre la terrorífica tragedia del ascensor ocurrida la semana pasada en Madrid, nunca imaginé que fuesen a ser leídas por cientos de miles de personas. Y eso me ha llevado a reflexionar sobre la tristeza.
Un mundo poblado por seres humanos.
Las reacciones a la postal sobre Belén Jordana y José Amián me han dado varias respuestas. La más importante es que el mundo sigue poblado por seres humanos en toda la extensión de la palabra. A pesar de la monotonía cotidiana, de la corrupción, de las mil noticias que nos asquean a todos, a pesar de los pesares, sí, seguimos siendo humanos. Muy humanos.
Las emociones que ha generado la muerte de los dos jóvenes lo han confirmado; a todos nos ha tocado profundamente en algún rincón del alma.
Y eso me ha llevado a pensar que todos, sentimos del mismo modo. Ojo,no digo que sintamos lo mismo pero sí, de igual modo.
Da igual el lugar de nacimiento, la clase social (a pesar de lo que algunos malnacidos hayan escupido estos días), la raza y el idioma. Las palabras que más veces he leído durante el fin de semana son «tristeza» y «amor».
Dos palabras que la tragedia suele unir indisolublemente con lazo fuerte y, en ocasiones, eterno.
La tristeza.
Somos poco dados a hablar de nuestra tristeza. Tal vez por eso las redes sociales sean una bonita mentira.
Todos sentimos tristeza. Nos visita con cierta regularidad y, casi siempre, acostumbramos a lidiar con ella sumidos en un silencio, rotos de dolor. Solamente ante hechos tan demoledores como la muerte absurda e inesperada, nos atrevemos a mostrar públicamente este sentimiento.
Soy de los que piensan que, las mejores canciones de amor son, precisamente, las de desamor. La tristeza ha sido el motor de los mejores poemas.
Sí, el dolor y la tristeza ajenos nos subyugan, nos atraen porque nos hace sentir humanos. Y eso es bello. No es el morbo lo que nos lleva a buscar información sobre una tragedia determinada; es la ansiedad de sentirnos vivos, humanos, personas.

¿Estás triste?
Objetivamente te diré que casi siempre estarás a tiempo para solucionar cualquier problema. Decía mi amiga, la ya desaparecida estrella Sara Montiel, que, «en la vida, nada, importa nada». Y tenía razón.
También puedo asegurarte que estamos «diseñados» para soportar casi todo. Y que el tiempo pasará y arrastrará tus tristezas, poco a poco.
Pero ahora estás triste. Y tienes derecho a ello. Nadie debe privarte de estar triste. Basta ya de la estúpida dictadura del «tienes que sentirte bien».
Sé que la peor solución es decirte que los motivos de tu pena son tonterías, que te alegres y demás estupideces. Simplemente no funciona. Nunca lo ha hecho.
¿Tienes ganas de llorar? ¡Adelante, llora! Llorar no te va a hacer que recuperes lo perdido ni solucionará tu problema, pero sí te hará vivir el proceso de la tristeza con la intensidad que necesitas para seguir tu camino.
Llorar es imprescindible. Porque el llanto te hace ir asumiendo tu realidad y es un paso más hacia tu recuperación. ¡No hace falta disimular con una sonrisa que no refleja lo que tu alma está pasando en ese momento! A menudo las sonrisas son el reflejo de batallas interiores. Y nadie tiene derecho a decirte las razones por las que no deberías estar así.
Cuando la tristeza es irreparable.
Tenemos que asumir que, a pesar del mundo Disney que nos empeñamos en dibujar, en ocasiones, la vida es una verdadera hija de puta que no da tregua. Lo acabamos de presenciar. Y ocurre a diario. Olvida el karma y demás filosofías. No es verdad. Por experiencia te diré que, en demasiadas ocasiones, el zarpazo más cruel se lo ha llevado quien menos lo merecía.
Sí, a veces tenemos que decir adiós y lo difícil no es decirlo, lo complicado es comprender que esa persona no va a volver.
El dolor hay que enfrentarlo.
¿Te apetece hablar con tus amigos o familiares sobre ello? ¡Hazlo! No tengas reparos. Nadie va a rechazarte por querer hablar de la muerte o desaparación de esa persona tan especial para ti.
Acepta tus sentimientos, sean los que sean. Rabia, tristeza, frustración, tensión, confusión, mareos, aturdimiento, negación, miedo, culpa, soledad. No sentirlo te convertiría en una maldita máquina. Y no, no eres un robot.
Y no te culpes por ser «monotema». ¡Es precioso que desees hablar de esa persona continuamente! Hazlo. Recuérdalo y rememora cosas de la vida que habéis compartido.
Tus recuerdos son tuyos. Y, mañana, serán el mayor tesoro que poseerás. Hoy lloras evocando a esa persona, mañana sonreirás con esos mismos recuerdos. Siempre te pertenecerán.
Y créeme, ni la misma muerte podrá arrebatártelos.