Pocas muertes habrá más conocidas en la Historia de la Humanidad que la crucifixión de Jesús de Nazaret.
La semana próxima, los creyentes, celebraremos la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Los no creyentes, simplemente se irán de vacaciones, que también está muy bien.
Pero, ¿qué nos dice la Medicina sobre el tormento que sufrió Jesús de Nazaret?
Muchas cosas y ninguna buena. Comenzamos en la noche de Jueves Santo. Jesús lleva a cabo una cena ritual con sus amigos, una cena de despedida. En principio este evento le debió suponer un importante estrés emocional, lo que pudo conllevar un aumento de la presión arterial.

Durante la cena, al parecer, se consumió apio especiado con vinagre y miel, algo de cordero, pan ácimo (sin levadura) y vino. La ingesta calórica no fue muy grande teniendo en cuenta los acontecimientos que iba a sufrir Jesús en las horas posteriores.
Tras la cena sabemos que se dirigió al Huerto de los Olivos (Getsemaní). Aquí las cosas se empiezan a poner interesantes.
Hematidrosis: sudando sangre.
Jesús, debido al extremo sufrimiento emocional, sufre un proceso de hematidrosis o hemohidrosis, o lo que es lo mismo, sudó sangre. Aunque en realidad no fue sangre estrictamente hablando. El intenso estrés soportado por Jesús hizo que aumentase mucho su presión arterial. Esto provocó una fuerte vasoconstricción α-1 cutánea y abdominal, o lo que es lo mismo, un chorro de adrenalina.
Al subir la tensión, se activó en su organismo una descarga simpática colinérgica vasodilatadora que provocó una gran sudoración (para perder volumen y así disminuir la presión). En ese momento, toda la sangre que había sido expulsada del intestino y de la superficie cutánea se dirigió a donde hay vasodilatación, a las glándulas sudoríparas. El tejido no soporta la presión y la sangre se extravasa saliendo al exterior en el sudor. Para colmo la piel queda en un estado de máxima sensibilidad. Existen pocos casos documentados de hematidrosis. En la Primera Guerra Mundial se han descrito casos de soldados que, enfrentados a su inminente fusilamiento, la padecieron.

Poco después Jesús es apresado y tras una serie de vejaciones se le condena a ser flagelado.
La flagelación.
La flagelación romana constaba de un número indeterminado de golpes dados con un flagrum. A Jesús se le desnudó la parte superior del cuerpo, se le ató a un pilar no muy alto, con la espalda encorvada, de modo que al descargar sobre esta los golpes no se perdiese fuerza.
El instrumento usual era un látigo corto (flagrum o flagellum) con varias cuerdas o correas de cuero, a las cuales se ataban pequeñas bolas de hierro o trocitos de huesos de ovejas. Cuando los soldados azotaban repetidamente y con todas sus fuerzas las espaldas de su víctima, las bolas de hierro causaban profundas contusiones y hematomas. Las cuerdas de cuero con los huesos de oveja, desgarraban la piel y el tejido celular subcutáneo.
Al continuar los azotes, las laceraciones cortaban hasta los músculos, principalmente los músculos trapecio, dorsales anchos, romboides y serratos, produciendo tiras sangrientas de carne desgarrada. Este castigo produjo una importante pérdida de líquidos (sangre y plasma). No olvidemos que la hematidrosis había dejado la piel muy sensible en Jesús.
La crucifixión
Como era costumbre, Jesús cargó la cruz hasta el lugar de la crucifixión. Se sabe que la cruz completa pesaba más de 140 kilos, por lo que es evidente que él solo llevo el patíbulo (el palo horizontal) que pesaba unos 40 kilos. Con agotamiento extremo y debilitado, tuvo que caminar un poco mas de medio kilómetro (entre 600 y 650 metros) para llegar al lugar del suplicio. El nombre en arameo es Golgotha, que significa “lugar de la calavera”, ya que era una protuberancia rocosa, que tenia cierta semejanza con un cráneo humano.

Antes de comenzar la tortura de la crucifixión, era costumbre dar una bebida narcótica (vino, con mirra, e incienso) a los condenados; con el fin de mitigar un poco sus dolores. Cuando presentaron a Jesús este brebaje, no quiso beberlo. ¡Quiso sufrir en toda su extensión!
Clavado por las muñecas, no por las manos.
Con los brazos extendidos, pero no tensos, las muñecas eran clavadas en el patíbulo. De esta forma, los clavos de un centímetro de diámetro en su cabeza y de 13 a 18 centímetros de largo, eran puestos entre el radio y los metacarpianos, o entre las dos hileras de huesos carpianos, ya sea cerca o a través de la retinacula flexora y los varios ligamentos intercarpales. En estos lugares aseguraban el cuerpo.

El colocar los clavos en las manos hacia que se desgarraran fácilmente puesto que no tenían un soporte óseo importante. De ahí que todos los crucifijos, o la mayoría, estén equivocados. No, a Jesús no lo clavaron por las manos, fue por las muñecas.
Eso le produjo una herida alrededor del hueso muy dolorosa. Al igual que la lesión de vasos arteriales, la mayor parte de ellos, ramas de la arteria radial o ulnar. El clavo penetrado destruía el nervio sensorial motor, o bien comprometía el nervio mediano, radial o el nervio ulnar. La afección de cualquiera de estos nervios produjo tremendas descargas de dolor en ambos brazos. El empalamiento de varios ligamentos provocó fuertes contracciones en la manos. Particularmente, si se dañó el flexor largo del pulgar, hizo que éste se plegara hacia el interior de la palma de la mano. ¿Tal vez por eso la imagen de la reliquia conocida como Sábana Santa de Turín carece de dedo pulgar?

¿Y los pies?
Los pies eran fijados al frente del estípete por medio de un clavo de hierro, clavado a través del primero o segundo espacio intermetatarsiano. Naturalmente esto implicó la sección o casi sección de algún nervio interdigital además de afectar al nervio profundo peroneo y a las ramificaciones de los nervios medianos y laterales de la planta del pie.
¿Se clavaron ambos pies con un solo clavo o se empleó un clavo para cada pie? Esta es una cuestión controvertida. Lo más probable es que cada uno de los pies de Jesús se fijara a la cruz con un clavo distinto. San Cipriano que, más de una vez había presenciado crucifixiones, habla en plural de los clavos que traspasaban los pies. San Ambrosio, San Agustín y otros mencionan expresamente los cuatro clavos que se emplearon para crucificar a Jesús.
A pesar de que se crucificaron a miles de personas, solamente se ha encontrado un esqueleto con signos de haber sufrido este suplicio. Un tal Yehohanan (Juan), fue hallado en el cementerio de Givat HaMivtar. Este muchacho, de unos 25 años, murió en el siglo I. Es decir, fue contemporáneo de Jesús de Nazaret.
En la fotografía podéis ver el hueso del talón (calcáneo) del pie atravesado por un clavo (el de la derecha de vuestra pantalla). Al parecer a este pobre desgraciado no pudieron ni desclavarlo del olivo en que fue crucificado y se decidió cortar el árbol y enterrarle con el pie aún clavado.

De todas las muertes la de la cruz era la más inhumana, suplicio infamante, que en el imperio romano se reservaba a los esclavos (servile suppliciun)
Y finalmente, ¿de qué murió Jesús?
El efecto principal de la crucifixión, aparte del tremendo dolor, era la imposibilidad de llevar a cabo una respiración normal. Particularmente el problema está en exhalar el aire de los pulmones.
El peso del cuerpo, tirando hacia abajo mientras Jesús colgaba por los brazos y hombros extendidos, hacía que sus músculos intercostales le mantuvieran en estado de inhalación. Es decir, es como si coges aire y mantienes los brazos en cruz, ligeramente por encima de tu cabeza. Notarás que te cuesta soltarlo, exhalar el aire.
De esta manera, la exhalación de Jesús era diafragmática, y la respiración muy leve. Probablemente con una respiración tan leve pronto se produciría un envenamiento por hipercarbia (exceso de ácido carbónico en sangre), lo que le produciría acidosis respiratoria. Esta rápida acidosis le produjo a Jesús los siguientes síntomas: Confusión, agotamiento, letargo, dificultad para respirar y somnolencia.
El desarrollo de calambres musculares o contracciones tetánicas (producidas por una contracción mantenida), debido a la fatiga y la hipercarbia, afectarían aun más la respiración.
Jesús, para poder soltar el aire tenía que incorporar el cuerpo empujándolo hacia arriba con los pies, apoyándose en los clavos y al mismo tiempo flexionando los codos. Obviamente esta maniobra colocaría el peso total del cuerpo en los tarsales y causaría un tremendo dolor. Más aun, la flexión de los codos causaría rotación en las muñecas en torno a los clavos de hierro, y provocaría un enorme dolor a través de los nervios lacerados.
El levantar el cuerpo, este rasparía dolorosamente las espaldas contra el estípite. Los calambre musculares y la parestesia (sensación o anormal de cosquilleo, calor o frío que se experimenta en la piel) de los brazos abiertos y doblados se agregarían al malestar. Como resultado de esto, cada esfuerzo de respiración se volvería agonizante y fatigoso, y eventualmente llevarían a la asfixia.
La causa real de la muerte por crucifixión de Jesús fue debida a múltiples factores. La más probable debió ser una mezcla de shock hipovolémico (por pérdida de sangre) y asfixia por agotamiento.
Fuentes: http://www.fluvium.org
Anatomía de una Crucifixión