Pensar en mi tío Pepe es iniciar un viaje a los divertidos veranos de antaño. A navidades entrañables. Ambas épocas, con su presencia, tenían algo en común: el humor y las risas que, mi amado tío Pepe, era capaz de sacarme. De sacarnos. La sonrisa de mi tío era universal.
Estoy acordándome del, lejano ya, verano de 1996. Un familiar trajo, en acogida temporal, a una niña ucraniana, creo recordar que se llamaba Olga. Naturalmente la chica no entendía una sola palabra de español. ¡Pero comprendió perfectamente el idioma internacional de la sonrisa de mi tío Pepe! Y es que, como dijo una vez el estupendo Ruíz Iriarte, la sonrisa es el idioma general de los hombres inteligentes.

Siete años y ya eres inmortal.
Y a mí, querido tío, no me parece ni si quiera que te hayas marchado. Aún sigues en la agenda de mi teléfono móvil, marcado como contacto importante; aquel al que llamar en caso de emergencias. Y es que, ¡cuántas veces fuiste mi contacto de emergencia! ¡Cuántas veces te llamé para contarte algo que, solamente tú, podías saber! Que solamente tú, podías entender. Cuántas veces recibí tus consejos con sumo interés.

Escribió el sabio Cicerón, hace más de dos mil años, que la vida de los muertos perdura en la memoria de los vivos. ¿Hay forma más hermosa de pervivir en este mundo que seguir haciéndolo en los pensamientos de los que te conocieron? Yo siempre dije que, el arte era una manera bella de lograr la inmortalidad. ¿Quién se acordaría de don Miguel de Cervantes sin su inmortal obra?
Pero desde que nos dejaste para iniciar tu viaje al Infinito, he aprendido que, la sonrisa y dejar un poso de alegría en los que aquí quedan, también es una garantía de seguir viviendo en el recuerdo de los vivos. Por eso, querido tío Pepe, tú eres ya inmortal.
