Anoche me fui razonablemente pronto a la cama. Mañana lunes tengo un examen final de Medicina (farmacología clínica) y mis días en la actualidad se resumen a eso; estudiar y «descansar». Sin embargo, de un modo nada habitual, me desperté repentinamente y me acordé de él, de mi tío Pepe. De don José Pérez Parra. Al poco recibí un mensaje en el teléfono diciendo «Qué tristes recuerdos». Y así es.
La noche del 10 de diciembre fue terrible. Seguramente la peor de mi vida. Ver apagarse, poco a poco, la vida de mi tío Pepe, del hombre al que tanto admiré desde pequeño, en aquella habitación de hospital, fue un hecho terrible y trágico. Gracias a Dios, la agonía fue efímera. El tío Pepe exhaló su último suspiro cerca de las tres de la tarde del día 11 de diciembre de 2014. Horas antes, ya en su lecho de muerte, había comprado lotería de Navidad, porque «este año me va a tocar». Genio y figura hasta la sepultura.
Su pasión por la naturaleza.
Si trato de imaginarle, indefectiblemente le veo en mitad del páramo manchego. Vestido de camuflaje, o de cualquier manera, el tío Pepe adoraba andar por la finca familiar en pleno corazón del Parque Natural de las Lagunas de Ruidera. En el mismo centro de Castilla la Mancha. Era su pequeño paraíso, el lugar en el que se sentía más vivo. Imagino que, en parte, le transportaba a su niñez. O simplemente, el contacto con la tierra, el olor a tomillo y romero, le devolvían a su hábitat. Sea como sea, yo le veía feliz por aquellos cerros de Dios.

El tío Pepe y la Navidad.
Era el momento del año que más asociaba con él. Las Nocheviejas en su compañía fueron absolutamente inolvidables. Disfrazado de cualquier cosa, fue mi particular centro de atención en la última noche de muchos años. Y lo reconozco, yo esperaba con especial ilusión el momento en que se arrancaba a bailar. Parapetado tras algún disfraz, se marcaba unos imposibles pasos de flamenco que hacían las delicias de todos los asistentes. Aquello no se parecía en nada a palo alguno del flamenco; y a quién le importaba. Era el tradicional número de la noche de Nochevieja de mi tío Pepe.
El tío Pepe era sinónimo de alegría; un hombre que disipaba la pena allá dónde fuese. Yo he sido fan de mi tío desde que nací. Y le sigo queriendo y añorando. Siempre.
