La melancolía está de moda. Libros que nos hablan de la EGB, recopilatorios musicales, programas de televisión que rememoran décadas del siglo pasado. Es un hecho, el negocio está ahí porque millones de personas disfrutan con sus recuerdos de infancia y juventud.
Pero, ¿de verdad recordamos los hechos tal y como sucedieron? ¿No os ha ocurrido que le estáis contando a alguien un recuerdo en el que esa persona estaba presente y notáis una inquietante cara de póquer? ¡Como si lo que le estás contando lo escuchase por primera vez! Y es que, según la neurociencia, puede ser que ese recuerdo tan vívido tuyo no sea demasiado realista…
Nuestros recuerdos no son una fotografía del pasado.
Según nos cuenta el neurólogo y neurocientífico Facundo Manes, la memoria no es un fiel reflejo de aquello que pasó sino más bien un acto creativo. Cada recuerdo se reconstruye de nuevo cada vez que se lo evoca. Es decir, que aquello que recordamos -una imagen de un paisaje, una frase de nuestro abuelo, un aroma de nuestra infancia- está influido por el contexto que rodea el momento de recordar.
Volviendo al ejemplo que puse antes. En ocasiones he rememorado con mi amigo Alberto Grande, algún hecho de nuestra infancia (nos conocemos prácticamente desde el nacimiento) y Alberto ha sonreído con gesto de asombro mientras me comentaba que apenas se acuerda del hecho en absoluto. ¿Está mi amigo perdiendo la memoria o es que no es verdad lo que le cuento?
La memoria autobiográfica.
La memoria de los recuerdos se denomina autobiográfica, y es una colección de las remembranzas de nuestra historia. Esta nos permite codificar, almacenar y recuperar eventos experimentados de forma personal. ¡Pero es que además al «revivir» esos recuerdos nos trae al presente los sentimientos y las sensaciones vividas!
Esto tiene sentido porque las estructuras cerebrales que están involucradas en la memoria autobiográfica alimentan a su vez circuitos neuronales ligados con las emociones. Los hechos autobiográficos con fuerte carga emocional se recuerdan más detalladamente que los hechos rutinarios con baja implicación emocional.

¿Verdad que recuerdas perfectamente qué estabas haciendo el 11 de Marzo de 2004 cuando te enteraste de que el terrorismo islámico había asesinado a cientos de personas en varios trenes en Madrid?
Pero, ¿te acuerdas del 10 de Marzo…?
Lo interesante de todo esto es que nuestros recuerdos se ven impregnados por el presente cada vez que los evocamos. Por ejemplo, si la última vez que recordaste a una persona estabas contento, el recuerdo se sazona con impresiones positivas. Pero si el mismo recuerdo de la misma persona, te llega en un momento triste o negativo, ese recuerdo tendrá un tinte más pesimista. En resumen, la memoria es muy frágil y tremendamente influenciable por las emociones del presente.
Entonces, ¿nuestro cerebro nos traiciona?
Sí, tu cerebro transforma tu memoria. Así de simple y de tremendo.
Cuando uno experimenta algo, el recuerdo es inestable durante algunas horas, hasta que se fija por la síntesis de proteínas que estabilizan las conexiones sinápticas entre neuronas. La próxima vez que el estímulo recorra esas vías cerebrales, la estabilización de las conexiones permitirá que la memoria se active.
Cuando tienes un recuerdo almacenado en tu cerebro y te expones a un estímulo que se relaciona con aquel evento (el típico olor a leña quemada que nos trae recuerdos del invierno en el pueblo), se reactiva el recuerdo y lo vuelve inestable por un período corto de tiempo, para luego otra vez guardarlo y fijarlo en un proceso de reafirmación de la memoria.
Así, cada vez que recuperamos la memoria de un hecho, le incorporamos nueva información. Y cuando la almacenamos como una “nueva memoria”, contiene información adicional al suceso original. Por eso nosotros no recordamos el acontecimiento exactamente tal como fue en realidad, sino la forma en la cual fue recordado la última vez que lo trajimos a la memoria.
Dicho en cristiano, nuestros recuerdos son como una hoja de papel en la que tenemos anotadas una vivencias. De pronto, al sacarla del cajón de la memoria, podemos incorporar y borrar cosas y, cuando lo volvemos a guardar, queda la nueva versión hasta su próximo uso.
Tu memoria, cuánto más la usas, más la modificas.
Ya hemos dicho que, al evocar un recuerdo lo estamos recreando. Suena extraño pero es así; los recuerdos cuanto más los usas más los modificas. De hecho tengo una mala noticia que darte: esos recuerdos tan bonitos que atesoras de tus primeros amores no son tan bonitos como tú los recuerdas. Y es así porque la memoria que tienes no es sobre el hecho que viviste con aquella persona, sino sobre la última vez que te acordaste en ella. El paso del tiempo hace que sea casi imposible distinguir si eso tan bonito que crees haber vivido es un recuerdo o el recuerdo.
Recuerdos peligrosos.
Hace años conocí a la hermana de un condenado por el mencionado atentado del 11-M. El reo fue condenado a miles de años de cárcel porque un par de testigos recordaban haberlo visto en un vagón, sin duda alguna. Hasta ahí nada que objetar. Salvo un detalle.
Un testigo lo recordaba con el pelo largo y el otro con el cabello corto. Pero es que además, mucho antes del juicio, la prensa y los noticiarios inundaron el país con la foto del detenido de modo que se plantea una pregunta algo jodida. ¿De verdad los testigos recordaban «sin ningún género de dudas» al tipo o en realidad habían reconstruido un recuerdo impregnado con las imágenes del susodicho que los medios de comunicación publicaron insistentemente en aquellos días?
No olvidamos lo malo: lo modificamos.
Así las cosas esto refuta esa teoría tan extendida de que el cerebro tiende a olvidar lo malo. ¡No es que lo olvide, es que ya nos encargamos nosotros de borrarlo cada vez que recordamos el asunto! Porque nos interesa, claro.
Me surge una duda entre divertida y dramática. Si echas un vistazo a las redes sociales, estas amanecen cada día con millones de caras sonrientes y vidas exprimidas al máximo. Dentro de unas décadas, ¿cómo serán esos recuerdos? ¡Supongo que todo el mundo pensará que ha vivido una existencia extraordinaria!
Y a ti, ¿te ha ocurrido alguna vez eso de compartir un recuerdo con alguien y que ese alguien ponga cara de alucine, como si no hubiera estado presente en ese momento?
PD: Luego estamos los obsesivos del vídeo y la fotografía. A nosotros el cerebro también nos engaña, pero menos. ¡Ahí tengo yo cientos de horas de vídeo desde finales de los ochenta a la actualidad por si a mi cerebro le da por colarme algún gol!
Con informaciones de El País y del Instituto de Neurología Cognitiva