Se cumplen 120 años de la publicación de Drácula. El vampiro por excelencia fue creado por el escritor irlandés Bram Stoker. Obviamente es una obra de ficción. Pero resulta que el señor Stoker sí tomó prestadas de la realidad una serie de cuestiones que incorporó a su inmortal vampiro.
¿Existió Drácula realmente?
Como persona histórica, sí. El señor Drácula, se llamaba Vlad Drăculea y posteriormente fue apodado el empalador (Tepes, en rumano) porque eso era lo que acostumbraba a hacer con sus enemigos… Y es que las aficiones de cada uno son eso; de cada uno… Don Vlad fue príncipe de la región de Valakia y, hasta donde se sabe, no bebía sangre ni dormía en ataúdes.

Era un cabrón, sí. Pero uno de tantos que habría quedado enterrado bajo el polvo de la Historia si no fuese porque Bram Stoker decidió convertirlo en protagonista de su novela. Se dice que Drácula, la novela, hizo que el dictador cubano Fidel Castro no pudiera conciliar el sueño varios días. Sea como sea, Drácula y sus paisajes transilvanos forman parte ya del imaginario colectivo. ¡Y eso que Stoker jamás conoció Transilvania!
El mito de los vampiros y la Medicina.
Hace unos días, en clase de bioquímica, me enteré. El asunto de los vampiros sí tiene una base auténtica. Triste y real.
Como sabéis nuestra sangre contiene hemoglobina, una proteína que se encarga de transportar el oxígeno a los tejidos. Pues bien, existen una serie de patologías relacionadas con el grupo hemo de la hemoglobina denominadas porfirias. Las porfirias se deben a fallos en las enzimas que determinan la síntesis del grupo hemo.

Son genéticas y tienen unas consecuencias terribles: los pacientes sufren de anemia, comportamientos agresivos, la piel se vuelve azulada, los dientes amarillos y tienen fotosensibilidad (les hace daño la luz). La única solución, hasta la fecha, son transfusiones de sangre de manera que se produzca hemoglobina de forma exógena. En la antiguedad, se creía que bebiendo sangre se podía curar. Y de ahí a la idea de los vampiros, como veis, hay menos de un paso.
La porfiria eritropoyética congénita.
Es una enfermedad muy rara, se cree que el número de casos no supera los doscientos en todo el mundo. La piel es extremadamente sensible a la luz solar, lo que les causa horrorosas lesiones. Además la porfiria causa retracción labial por lo que los incisivos pueden parecer ser anormalmente grandes. A esto le sumamos la superchería propia de siglos pasados y ya tenemos todos los ingredientes para el mito del vampiro.
Pero además, en el mundo antiguo (vamos, tampoco tanto, tal vez doscientos años atrás), la rabia, la esquizofrenia y los entierros prematuros de personas dadas por muertas en las grandes epidemias que asolaron a la humanidad, como la de peste, produjeron escenas dignas de la mayor película de terror imaginable. Pobres infelices saliendo de su tumba al ser enterrados vivos por el temor de sus propios familiares a ser contaminados.
Otra enfermedad a sumarse al mito de los vampiros: la rabia.
La rabia es una enfermedad zoonótica (o sea, transmitida por animales) viral, de tipo aguda e infecciosa. Es causada por un virus Rhabdoviridae que ataca el sistema nervioso central, causando una inflamación aguda del encéfalo con una mortalidad cercana al 100 %.

Se sabe que durante el siglo XVIII hubo grandes epidemias de rabia en la Europa del Este, lo que implica una más que curiosa coincidencia geográfica y temporal con el momento de mayor difusión de la leyenda. Los pacientes afectados por la rabia tenían una elevada sensibilidad a determinados estímulos olorosos –ajo-, al agua y a verse reflejados en los espejos. Sumamos a los signos de estos pobres infelices la ira provocada por la encefalitis y ya tienes creado al monstruo.
En resumen, las películas de vampiros son fascinantes. Pero, detrás de la leyenda, como suele ser habitual, se esconde un oscuro fondo de dolor, miseria y comportamientos inhumanos. Afortunadamente la ciencia va dando respuestas, poco a poco, y hoy fabricamos mitos como Belén Esteban en lugar de vampiros sedientos de sangre. Aunque, me temo que tras el mito nombrado, también hay una pátina de dolor. Peso eso es harina de otro costal.