Querido tío Pepe, ya se han cumplido los cinco primeros años de tu viaje a las estrellas. Y por aquí todo sigue su curso. Ya estoy en 3º de Medicina, y aunque el barco de mi vida sigue su rumbo sin tí a bordo, quiero decirte que, en algún sitio de las bodegas del alma, atesoro esa parte de mi historia que se detuvo aquel 11 de diciembre de 2014.
Aquí es madrugada, y sé bien que para ti no tiene sentido alguno puesto que el tiempo no forma ya parte de tu universo. De ese universo de recuerdos y amor que tejiste durante sesenta años y al que te marchaste tal día como hoy. Y aunque habrá quién no comprenda la razón de escribirte una carta todos los años, y aunque no tengo que argumentar las razones porque el espíritu obra sin una razón humana, un buen argumento podría ser, como alguien dijo un día: por si acaso todo eso es verdad…

El día en que sea yo mayor que tú.
Voy a contarte algo, querido tío Pepe. A veces veo videos tuyos y me gusta calcular la edad que tenías en tal momento para cotejar con la mía. Y entonces me asalta un extraño pensamiento; aún es pronto, pero un día, si Dios lo permite, yo, querido tío Pepe, seré mayor que tú. Por vez primera, te miraré con ojos de experiencia y será un momento extraño. Esa es la virtud que se os otorga a los que os fuisteis demasiado pronto; el don de la inmortalidad, de la eterna juventud en el recuerdo de los que os hemos amado. Sí, en mi vida, querido tío Pepe, siempre reirás, siempre serás joven, siempre auténtico, siempre tú. Tú, siempre.

Cinco Navidades sin mi tío Pepe.
Y tú, que eras el alma de la Nochevieja… Tus bailes desaforadamente inapropiados, tus gestos a medio camino entre la ternura y el macarrismo, tu risa alegre, tu espíritu festivo. Todo eso te lo llevaste aquel día de diciembre. Pero nos dejaste tu recuerdo y ejemplo. Ahora el primo Iván ha cogido tu testigo y ameniza la última noche del año con algún baile que, de algún modo, trae retazos tuyos al mundo de los vivos. Sí, Iván, el más sereno y tímido de mis primos, esa noche aparca, por unas horas su natural timidez y nos obsequia con un momento especial. Y es que, querido tío Pepe, como ves, aquí abajo, sigues viviendo un poquito en nosotros.
No voy a despedirme sin volver a decirte que te quiero, que tu recuerdo es memoria viva de mi infancia y adolescencia. Y que, mientras yo viva, mantendré tu recuerdo encendido. Pues, así como cada Navidad prendemos las pequeñas luces que nos recuerdan lo bello que es vivir, así, te digo yo, seguiré yo encendiendo esa lucecita titilante que habita en el corazón de los que te conocimos.