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DEL CINE AL HOSPITAL

Blog de un estudiante de Medicina. Un cineasta entre batas blancas.

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Ocho años sin mi tío Pepe.

11 diciembre, 2022 escrito por Óscar Parra Deja un comentario

Anoche me fui razonablemente pronto a la cama. Mañana lunes tengo un examen final de Medicina (farmacología clínica) y mis días en la actualidad se resumen a eso; estudiar y «descansar». Sin embargo, de un modo nada habitual, me desperté repentinamente y me acordé de él, de mi tío Pepe. De don José Pérez Parra. Al poco recibí un mensaje en el teléfono diciendo «Qué tristes recuerdos». Y así es.

La noche del 10 de diciembre fue terrible. Seguramente la peor de mi vida. Ver apagarse, poco a poco, la vida de mi tío Pepe, del hombre al que tanto admiré desde pequeño, en aquella habitación de hospital, fue un hecho terrible y trágico. Gracias a Dios, la agonía fue efímera. El tío Pepe exhaló su último suspiro cerca de las tres de la tarde del día 11 de diciembre de 2014. Horas antes, ya en su lecho de muerte, había comprado lotería de Navidad, porque «este año me va a tocar». Genio y figura hasta la sepultura.

Su pasión por la naturaleza.

Si trato de imaginarle, indefectiblemente le veo en mitad del páramo manchego. Vestido de camuflaje, o de cualquier manera, el tío Pepe adoraba andar por la finca familiar en pleno corazón del Parque Natural de las Lagunas de Ruidera. En el mismo centro de Castilla la Mancha. Era su pequeño paraíso, el lugar en el que se sentía más vivo. Imagino que, en parte, le transportaba a su niñez. O simplemente, el contacto con la tierra, el olor a tomillo y romero, le devolvían a su hábitat. Sea como sea, yo le veía feliz por aquellos cerros de Dios.

El tío Pepe, junto a su hermana, la tía Lourdes y un servidor, en "el cortijo".
El tío Pepe, junto a su hermana, la tía Lourdes y un servidor, en «el cortijo».

El tío Pepe y la Navidad.

Era el momento del año que más asociaba con él. Las Nocheviejas en su compañía fueron absolutamente inolvidables. Disfrazado de cualquier cosa, fue mi particular centro de atención en la última noche de muchos años. Y lo reconozco, yo esperaba con especial ilusión el momento en que se arrancaba a bailar. Parapetado tras algún disfraz, se marcaba unos imposibles pasos de flamenco que hacían las delicias de todos los asistentes. Aquello no se parecía en nada a palo alguno del flamenco; y a quién le importaba. Era el tradicional número de la noche de Nochevieja de mi tío Pepe.

El tío Pepe era sinónimo de alegría; un hombre que disipaba la pena allá dónde fuese. Yo he sido fan de mi tío desde que nací. Y le sigo queriendo y añorando. Siempre.

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Sección: MEDICINA 6, Mi Diario Aquí se habla de: blog estudiante medicina, carcinoma urotelial, familia, Gemita, Inspiración, José Pérez Parra, Modesta Pérez, tabaco, Tío Pepe

Siete años sin tu sonrisa, tío Pepe.

11 diciembre, 2021 escrito por Óscar Parra 1 comentario

Pensar en mi tío Pepe es iniciar un viaje a los divertidos veranos de antaño. A navidades entrañables. Ambas épocas, con su presencia, tenían algo en común: el humor y las risas que, mi amado tío Pepe, era capaz de sacarme. De sacarnos. La sonrisa de mi tío era universal.

Estoy acordándome del, lejano ya, verano de 1996. Un familiar trajo, en acogida temporal, a una niña ucraniana, creo recordar que se llamaba Olga. Naturalmente la chica no entendía una sola palabra de español. ¡Pero comprendió perfectamente el idioma internacional de la sonrisa de mi tío Pepe! Y es que, como dijo una vez el estupendo Ruíz Iriarte,  la sonrisa es el idioma general de los hombres inteligentes.

La ucraniana y el tío Pepe.
La ucraniana Olga, y el tío Pepe.

Siete años y ya eres inmortal.

Y a mí, querido tío, no me parece ni si quiera que te hayas marchado. Aún sigues en la agenda de mi teléfono móvil, marcado como contacto importante; aquel al que llamar en caso de emergencias. Y es que, ¡cuántas veces fuiste mi contacto de emergencia! ¡Cuántas veces te llamé para contarte algo que, solamente tú, podías saber! Que solamente tú, podías entender. Cuántas veces recibí tus consejos con sumo interés.

Mi tío Pepe, de sombrero negro, junto al tío Alejandro Lorente.
Mi tío Pepe, de sombrero negro, junto al tío Alejandro Lorente.

Escribió el sabio Cicerón, hace más de dos mil años, que la vida de los muertos perdura en la memoria de los vivos. ¿Hay forma más hermosa de pervivir en este mundo que seguir haciéndolo en los pensamientos de los que te conocieron? Yo siempre dije que, el arte era una manera bella de lograr la inmortalidad. ¿Quién se acordaría de don Miguel de Cervantes sin su inmortal obra?

Pero desde que nos dejaste para iniciar tu viaje al Infinito, he aprendido que, la sonrisa y dejar un poso de alegría en los que aquí quedan, también es una garantía de seguir viviendo en el recuerdo de los vivos. Por eso, querido tío Pepe, tú eres ya inmortal.

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Sección: Mi Diario, Quinto de Medicina Aquí se habla de: Alejandro Lorente Carrasco, blog estudiante medicina, carcinoma urotelial, familia, Gemita, José Pérez Parra, Modesta Pérez, muerte, Tío Pepe

5 anécdotas que he vivido en Medicina y una muy sexual…

15 abril, 2021 escrito por Óscar Parra Deja un comentario

La verdad es que el trato con los pacientes es un mundo aparte. A mí particularmente, me encanta. Pero es cierto que hay muchos médicos a los que, directamente, no les gusta. No pasa nada, para eso hay especialidades como Anatomía Patológica o forense…

Cinco curiosidades con pacientes.

Os voy a contar cinco curiosidades que he vivido en estos años de Medicina. Y una de ellas, totalmente sexual.

  1. «A mí es que no me gusta tomar pastillas». Esa es una de mis frases preferidas. ¿Pero es que a alguien le gusta medicarse? Siempre que escucho esto, sonrío y recuerdo a un tipo que conocí en mi mundo cinematográfico. Pues bien, la cosa es que el susodicho se excusó de acudir al tanatorio a acompañarme en el velatorio de mi tío Pepe, diciendo: «Perdona por no ir, pero es que a mí no me gustan los tanatorios». No puede callarme y se lo dije: «A mí tampoco».
  2. «No, doctor. Esta es la primera vez que me operan de algo». Decía el terrible y televisivo doctor House que, el paciente siempre miente. No estoy de acuerdo. Pero la realidad es que, algunos (¿demasiados?), sí lo hacen. Algo que me resulta incomprensible. Lo más bárbaro que he visto fue que, en mitad de una rinoplastia, el cirujano tuvo que extraer cartílago de la oreja del paciente. Algo que, por cierto, se hace con frecuencia. Cuando abrió nos encontramos con la sorpresa. ¡El tipo se había operado también las orejas y por tanto su cartílago era casi inexistente! Naturalmente, al revisar el historial del paciente, éste había negado todo tipo de intervención quirúrgica. ¿El resultado? Hubo que extraer cartílago también de la otra oreja. Si lo hubiese dicho, directamente no se le habrían abierto las orejas y se habría cogido lo necesario de una de sus costillas. Resumen: no mientas al médico, ¡que es peor para ti!
  3. «Doctor, no me mande esas pastillas, que ya estoy tomando unas del herbolario». ¿Qué decir en este caso? Pues nada, caballero. Es usted muy libre… O esta, que también me parece maravillosa: «Quería comentarle una cosa, voy a dejar de tomar los antidepresivos. Llevo un mes y desde hace una semana más o menos estoy mucho mejor porque estoy acudiendo a un amigo homeópata que me está tratando«. Os voy a contar algo: los antidepresivos no son de efecto inmediato. Hacen efecto a las tres semanas de tratamiento… Pero oye, que la homeopatía era lo que estaba solucionando la depresión…
  4. En Urgencias… «Es que esta tarde he comenzado a sangrar por la nariz y he leído en Google que podría ser un síntoma de cáncer o de ictus…». Comprensible, lo reconozco. Pero en un mundo en el que, cada vez más, nos movemos hacia una visión personalizada de la Medicina, leer en Internet solo puede llevarte al desastre. No, entre las miles de causas de una epistaxis (sangrado por la nariz), el cáncer ocupa las últimas posiciones en probabilidad.
  5. Y para el final dejo una consulta que me dejó perplejo. Una paciente acude a revisión de una dolorosa fisura anal. Tras examinarla y constatar que la fisura presentaba ya buen aspecto, mientras se terminaba de subir los pantalones, la señorita nos confesó algo del todo inesperado para mí: «La verdad es que desde que mi novio me da por detrás, voy mucho mejor de la fisura». Me quedé atónito. No por la confesión en sí; las prácticas sexuales de cada persona son un mundo aparte y muy particular. Lo que me dejó atónito fue que la paciente pensase que, con una fisura en el ano, el hecho de practicar sexo anal estuviese favoreciendo su curación. Naturalmente no dije nada.  Asentí con cara de póker mientras me deshacía de los guantes. Al marcharse, miré a la médico con una expresión de, ¡¡¡Pero doctora, ¿qué está diciendo esta mujer?!! Lo mejor estaba por llegar. La doctora, con gesto circunspecto, afirmó. «Sí, la paciente tiene razón, Óscar». Mi cara era un poema. La mandíbula me colgaba hasta casi tocar mi esternón. Ante mi cara de asombro, la mujer sonrió. «Sí, mira. El hecho de practicar sexo anal logra que la zona se irrigue con más frecuencia, lo que hace que la fisura reciba un mayor aporte de sangre y eso contribuye a su curación.» Fue una gran lección. De hecho, según me contó, en ocasiones a los pacientes con ese problema se les introducen dos dedos en el ano, precisamente para provocar esa hiperemia en el ano y acelerar la curación. Ver para creer.

 

Y a ti, ¿qué es lo más curioso que te ha pasado en el médico?

Sección: Cuarto de Medicina, Divulgación médica, Flash, Mi Diario Aquí se habla de: blog estudiante medicina, Dr. House, epistaxis, estudiante de medicina, fisura anal, herbolario, homeopatía, pacientes, rinoplastia, sexo anal, Tío Pepe

Dos meses en oncología; mírame a los ojos…

14 abril, 2021 escrito por Óscar Parra Deja un comentario

Termina mi rotación por el Servicio de Oncología en un hospital público de España. Y os quiero contar un poquito lo que se vive ahí, cómo es el día a día.

Oncología no es sinónimo de muerte.

Reconozco que ha habido días duros. Muy duros. Jornadas en las que pensaba, ¿de verdad esta persona tan llena de vida no va a llegar a Navidad…? Y ahí, de veras, ahí sí te vienes un poquito abajo. Pero se contrarresta con la sensación de triunfo, con el brillo chispeante en los ojos de un paciente al que se le comunica que está curado.

Por otro lado las estadísticas están ahí. En España, el 55,3% de los hombres y el 61,7% de las mujeres con cáncer, se curan. Y otro dato que no quiero dejar pasar, el 40% de los tumores se pueden evitar. Piensa esto la próxima vez que saques el paquete de tabaco… En cuarenta años los porcentajes de cura se han duplicado Si quieres más datos, aquí tienes un informe estupendo de Sociedad Española de Oncología Médica.

Célula de cáncer de próstata en una imagen de escáner coloreada
Célula de cáncer de próstata en una imagen de escáner coloreada

¿Cómo es el día a día en un Servicio de Oncología?

Os cuento. Lo primero que haces, nada más llegar por la mañana, es quitarte tu ropa y plantarte el pijama del hospital. Verdaderamente es comodísimo, pero claro, tiene su cara B… Con el paso de los días acabas yendo al hospital casi de cualquier manera porque, total, ¿te vas a arreglar a tope para media hora? El primer día me enfundé unos sencillos vaqueros y alguna camiseta decente. Lo de peinarme es algo que, a la vista está, no va conmigo. Pero en fin, «arreglaillo«. Al paso de las semanas terminé acudiendo en chándal y con la primera camiseta de andar por casa que agarraba a las 6:15 de la madrugada, que es cuando me levanto. De hecho lo comenté con los compañeros y me reconocieron que hace mucho que no se compran ropa. Al final, cuando sales de allí de esa guisa, no se sabe si vienes de atender a pacientes o de robar carteras en el metro de Madrid.

Pero sigamos. Ya te has puesto el pijama. Llega el momento de la doble mascarilla. Primero la FFP2 y, encima de esta, la quirúrgica. La sensación en las orejas es demoledora. Me faltaba colgarme el paraguas en una oreja y la mochila en la otra.

Con tu ropa de andar por casa y ya con el pijama.
Con tu ropa de andar por casa y ya con el pijama.

El comité de tumores.

Decía que, ya enmascarillado, acudes al Comité de Tumores. ¿Y eso qué es? Pues una reunión. Todos los días se juntan, durante al menos media hora, varios médicos de diversos departamentos para presentar casos de pacientes y dilucidar, entre todos, qué hacer para tratar de ayudar al enfermo.

Acabada la reunión te diriges a la cafetería con el listado de pacientes en la mano. Un ligero tentempié y a trabajar. Como curiosidad os cuento que es difícil encontrar comida menos sana que la de los hospitales. Es algo que me llama la atención muchísimo. Palmeras de chocolate, panceta, bollería industrial a toneladas… Una auténtica paradoja. El día menos pensado me encuentro una máquina expendedora de tabaco en la sala de espera de oncología…

La consulta.

Aquí el día a día es un tanto anodino. La mayor parte de los pacientes vienen a revisión. Con miedo, claro está. Y lo cierto es que, casi siempre salen de la consulta con una sonrisa. ¡Todo sigue bien, sigamos! Me he preguntado si no sería un gesto precioso que, la tarde antes de acudir a la consulta, el médico les llamase por teléfono. Una sencilla llamada para decirles: Buenas tardes, soy tu oncólogo. Escucha, acabo de ver tu TAC y todo está bien. Así pues, ¡duerme tranquilo! Mañana nos vemos y lo comentamos. ¿Verdad que sería hermoso? ¡Ahorrar una noche de sufrimiento a una persona, también es cuidar! ¿No os parece?

La planta.

Pasar planta es justamente eso: visitar a los enfermos oncológicos ingresados por alguna complicación. Antes de comenzar hay otra pequeña reunión con las enfermeras en las que se comenta el estado de cada paciente. ¡Con qué cariño tratan las enfermeras a sus pacientes! En esa mini-reunión se comenta si el enfermo ha pasado buena noche, si está animado o no, y por supuesto una serie de parámetros técnicos. Terminada esa mesa redonda, llega el momento de la verdad.

Planta de oncología de un hospital español. Foto: Eulogio García.
Planta de oncología de un hospital español. Foto: Eulogio García.

Cama a cama: visitando a los pacientes.

A pesar de su dureza, es la parte que más me ha emocionado. Antes de entrar a cada habitación tienes que llevar a cabo una liturgia pesada, pero necesaria. Ponerte una bata protectora desechable. Sobre la bata, un mandil plástico. Después un gorro para cubrir tu cabello. Llega el momento de los guantes. Primero unos estériles que te cubren gran parte del antebrazo y, sobre esos, otros normales, de esos azules de toda la vida. Afortunadamente me enseñaron el truco de echar un poquito de gel hidroalcohólico en los segundos para que se lubriquen y te los puedas poner mejor; y menos mal, porque de lo contrario, tal vez seguiría allí tratando de colocarme el doble guante.

Ya estás listo para entrar a ver a tu paciente. Te diriges a la puerta, llamas y entras. Y allí, en ese instante en que cruzas tu mirada con la suya, algo te sobrecoge. Porque el paciente oncológico no es un tipo de paciente; no hay un modelo estándar, es como cuando dicen «cine español», ¡no es un tipo de cine, hacemos de todo! Pues esto es parecido, cada paciente, es una persona. Con su vida, sus ilusiones, sus alegrías y sus temores. Personas que se han encontrado con el cáncer en un momento de su vida.

Ganas de vivir.

Sus ganas de vivir. La mayoría de mis queridos pacientes desprendían unas inmensas ganas de vivir… Después de todo, creedme, no hay una edad buena para tener cáncer. Ni aquella mujer de 39 años recién diagnosticada de un horrible carcinoma inflamatorio de mama, ni el firme caballero de casi 90 con su carcinoma urotelial que, tanto me recordó a mi añorado tío Pepe. Ninguno querría haberse encontrado de frente con este enemigo. Y por supuesto, ambos tienen unas intensas ganas de vivir.

Pero mentiría si no os contase que he visto de todo. Personas agarradas a una esperanza que, en ocasiones, tú sabes que es vana. En esas circunstancias, tu silencio a sus frases de esperanza acaba pesando. Mucho. Esa mirada clavada en tu mirada. Ese «mírame a los ojos y dime que me voy a curar», sin palabras. Y ahí estás tú, un pobre estudiante de Medicina, pensando, por favor, no me pidas que asienta, no me pidas que confirme una esperanza que, me consta, no es cierta. Esto, os lo juro, es lo más duro que me ha tocado vivir.

Sí, porque a pesar de ser muy cinematográfico, el momento ese de «tiene usted cáncer», no lo he visto ni una sola vez. Y es que, amigos, la gente no es imbécil. Cuando alguien va al médico porque lleva tres meses con sangrados rectales y ha perdidos seis kilos, ese alguien sabe que la cosa va en serio. No se va a sorprender demasiado ante un diagnóstico que, en su fuero interno, se temía.

Otras veces he encontrado a seres humanos resignados a su destino; sin más ilusión que la de vivir otro día con el menor dolor posible. Es aquí cuando, una palmada en la espalda y una sonrisa con los ojos, dice más que el mayor tratado sobre relaciones humanas que jamás se haya escrito.

Y sí, también he hallado a gentes alegres cuyo encontronazo con esta enfermedad es un simple contratiempo en una vida plena.

¿Tristeza?

En contra de lo que se cree, en la planta de oncología no reina la tristeza. Los pacientes, prácticamente todos, conocen su enfermedad y sus posibilidades, así pues la meta que tienen es seguir adelante. Nadie habla de la muerte. ¿Para qué? Después de todo, ¿alguno de nosotros va a vivir eternamente?

Los tumores que más he visto.

Pues de todo un poco. Los de mama, la mayoría con un pronóstico estupendo. Mujeres con ganas de salir adelante que soportan los tratamientos con la esperanza de seguir viendo amanecer. Los tumores de cabeza y cuello, típicos de fumadores y bebedores. ¡Aquí es donde he encontrado a tipos realmente divertidos! No puedo dar nombres, obviamente, pero me he reído mucho con el humor sincero, seco y negro de alguno de estos fumadores y bebedores profesionales. Digestivos, como el de colon, o el de páncreas. En fin, un poco de todo.

Y de todos he aprendido algo. No de los tumores, esos se pueden ir a la mierda. Esos están en los libros. De quién he aprendido es de cada paciente. Todos ellos con sus ojos llenos de agradecimiento, con sus palabras amables y sus gestos cariñosos, me han recordado, día tras día, la razón por la que escogí esta profesión: por ellos.

Sección: Cuarto de Medicina, Divulgación médica, Mi Diario Aquí se habla de: blog estudiante medicina, cáncer, carcinoma urotelial, estudiante de medicina, Inspiración, muerte, oncología, rotación, SEOM, Sociedad Española de Oncología Médica, Tío Pepe

Ya han pasado seis años sin ti, tío Pepe.

11 diciembre, 2020 escrito por Óscar Parra 2 comentarios

Seis años sin mi tío Pepe. Y aunque, lógicamente el dolor amainó; el recuerdo no lo hizo. Ahora ya estoy en 4º de Medicina, he visto tantas veces la maldita enfermedad que le arrancó de nuestro lado, que casi he normalizado el dolor que produce el solo hecho de nombrarla… Pero no te quiero hablar de enfermedades, tú ya estás en ese Lugar en el que la palabra patología debe ser una rama de la Ciencia que estudia el comportamiento de los patos.

Hoy quiero recordar tus risas.

Porque, años después de tu partida, me percato de que, tu personalidad también residía en ella. ¿Quién puede no querer a una persona con la sonrisa perpetuamente colgada de los labios? Te vi reír hasta quedar sin respiración. Como un niño. Que, en realidad, querido tío Pepe, es lo que no dejaste de ser jamás. Un niño travieso y gracioso al que todo el mundo quería. Incluso el imbécil del guarda con el que siempre tuviste tus más y tus menos. Hasta ese, ¡que fue a tu entierro y todo!

El tío Pepe, en Semana Santa de 2014.
El tío Pepe, en Semana Santa de 2014.

Querido tío Pepe, este año 2020 ha sido una soberana mierda. Tú, lo sé, te habrías puesto el mundo por montera y te habrías reído del bicho con alguna de tus frases ingeniosas. No puedes imaginar las veces que me acuerdo de ti, las veces que me digo a mí mismo: ¿Qué habría dicho de esto el tío Pepe? Y casi siempre la respuesta que imagino es alguna barbaridad. Porque sí, también tu personalidad se nutría de esas respuestas salvajemente inapropiadas que me hacían retorcer de risa.

No me voy a extender mucho, solo quería plasmar en unas pocas palabras lo mucho que te quise, lo mucho que te sigo queriendo y como, tu recuerdo, sigue siendo la prueba evidente de que, nadie muere del todo si alguien le recuerda.

You´ll be in my heart.

Te dejo esta canción titulada You´ll be in my heart, que es un tema en inglés y como no tendrás ni puta idea de lo que significa, ni maldita la falta que te hizo nunca la lengua de Shakespeare, te digo yo cómo se traduce: «Estarás siempre en mi corazón, tío Pepe». Lo de «tío Pepe», lo he añadido yo, porque Phil Collins no encontró traducción para tu nombre. Supongo que estaría en alguna de sus juergas. Ahora que lo pienso, habríais hecho buenas migas, canalla. La cosa es que yo creo que no lo puso en el título porque no sabía cómo traducirte. Y eso a pesar de que, en inglés, se puede escribir como: «the best uncle in the fucking world». 

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Te quiero.

Sección: Mi Diario Aquí se habla de: blog estudiante medicina, familia, Inspiración, José Pérez Parra, muerte, reflexión, Tío Pepe

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Lo cierto es que es un deseo que atesoro desde que era niño. Tan niño que ni siquiera lo recuerdo con claridad. Tal vez tenga algo de «culpa» mi tía Fátima, que me regaló el hospital de Famobil (Playmobil en otros países). O quizás me influyera mi primer médico (entonces se llamaban «médicos de cabecera»), don Ricardo, que me inculcó el amor por la Medicina a base de humor y cariño.

«Sólo el médico y el dramaturgo gozan del raro privilegio de cobrar las desazones que nos dan».
Santiago Ramón y Cajal

Así pues, sin don Santiago lo dice, tiene que ser cierto. De dramaturgo ya ejercí, ¡atento mundo sanitario, que voy!

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